ENERGÍAS LIMPIAS PARA EL DESARROLLO


Recursos Energéticos No Convencionales
Por: Jorge Manco Zaconetti

A diferencia de nuestros vecinos como Chile que atraviesa una profunda crisis energética por el déficit en el abastecimiento de gas natural, o Ecuador que tiene problemas en la dotación del servicio eléctrico... Leer mas

http://www.tercaopinion.org/art340.htm

VÍDEO CLIP MUSICAL ES HORA DE VOLVER A CASA


Michael Franti and Spearhead
Rebelión
01-02-2008
http://www.youtube.com/user/FrantiV

Those who start wars, never fight them
And those who fight wars, they never like them
And those who write laws, can recite them
And those who fight laws, they live and die by them

But I know its time
Yes I know its time
It's time to go home
It's time to go home
It's time to go home
It's time to go home

Don't take our boys away
Don't take our girls away
Don't take our boys away
Don't take our girls away

Those who build walls are pretending
That forever they can defend them
Those who dam streams can build fountains
Those of us who just let them run free
Can move mountains
(estribillo)
And I say, you whoooo
you whoooo who who who, you whoooo who who who

Doves fly by in the morning light
Leaves fall down on a passer by
Phone call comes and a mamma cries
Tears stream down from a daddy's eyes(X2)


"Es hora de volver a casa"


Quienes inician las guerras nunca luchan en ellas
Y quienes luchan en ellas las detestan
Quienes escriben las leyes pueden recitarlas
Y quienes contestan las leyes viven y mueren por ellas

Pero yo sé que ya va siendo hora
Sí, ya va siendo hora
De volver a casa
De volver a casa
De volver a casa
De volver a casa
De volver a casa

No os llevéis a nuestros muchachos
Ni a nuestras muchachas
No os llevéis a nuestros muchachos
Ni a nuestras muchachas

Quienes levantan muros creen
Que siempre podrán defenderlos
Quienes construyen represas podrían construir manantiales
Los nuestros que liberéis
Moverán montañas

(estribillo)

Y yo digo, vosotros
vosotros vosotros vosotros

Palomas volando a la luz del alba
Hojas que caen sobre el paseante
Una llamada de teléfono y una madre llora
Lágrimas brotan de los ojos de un padre (dos veces)

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=62659
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MEDIO AMBIENTE Y DESARROLLO SOSTENIBLE

Nicolás Angulo Sánchez

Los seres humanos, al igual que las demás especies y seres vivos de este planeta, no viven aislados unos de otros, sino que comparten los diferentes ecosistemas naturales, entrelazando sus vidas mediante una tupida red de interacciones. Por esta razón, los seres humanos deben conocer el funcionamiento, las posibilidades y los límites de estos ecosistemas, con el fin de asegurar su supervivencia, bienestar y calidad de vida. Sin embargo, actualmente, el ecosistema planetario en su conjunto se encuentra seriamente amenazado por el crecimiento desmesurado de las actividades de la especie humana, que invaden todos los ecosistemas naturales, pasando de unas interrelaciones locales con una pequeña parte de la biosfera a unas interrelaciones totales o globales a escala planetaria.

La causa última de la gravedad de esta situación se debe sobre todo a la irresponsabilidad e incomprensión hacia la naturaleza manifestada por los dirigentes políticos y económicos de esta especie, bien por sus erróneas, injustas y destructivas decisiones bien por su pasividad e indolencia. Una explotación demasiado intensa de los recursos naturales está causando la extinción de numerosas especies animales y vegetales y el grave deterioro de medios tan esenciales para la propia vida humana, como son la tierra, el agua y el aire. Las actividades humanas y las decisiones de dichos líderes están guiadas predominantemente por valores que fomentan una competencia y un egoísmo ciegos, y que inducen a pensar que se dispone de un acceso ilimitado a la naturaleza y a sus recursos. Es necesario cambiar esta tendencia, pues está en juego no sólo nuestro bienestar y calidad de vida, sino incluso nuestra propia supervivencia como especie, junto con las demás.

Gran parte de nuestros alimentos proceden de especies silvestres y lo mismo sucede con las materias primas industriales, como el caucho, el papel y la madera. Asimismo, buena parte de los medicamentos son extraídos de especies de bosques tropicales. Pues bien, en los siglos XIX y XX la deforestación ha adquirido proporciones gigantescas, sin tener en cuenta que los bosques protegen los suelos, estabilizan los climas locales y proporcionan albergues idóneos para gran diversidad y riqueza de la flora y fauna de nuestro planeta, y provocando devastadoras pérdidas que afectan a esta magna biodiversidad. Según el PNUMA (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente) los pantanos y marismas, un rico hábitat de muchas especies de flora y fauna, también están en vías de desaparición en casi todas partes del mundo. A ello se añade la erosión y la desertificación de los suelos, que avanzan inexorablemente. Lo mismo sucede respecto a la atmósfera, pues las emisiones de gases contaminantes provocada por la quema de combustibles fósiles, junto con la quema de campos, bosques, estiércol y otros productos "biomasa", producen dióxido de carbono (CO2) y otros gases que generan el denominado "efecto invernadero", el cual es el principal causante del acelerado cambio climático que estamos soportando, y ante el cual los ecosistemas planetarios se muestran incapaces de reaccionar. Por otra parte, gases como los clorofluorocarbonos (CFCs), utilizados para producir bajas temperaturas en los refrigeradores, así como disolventes en la industria y como gases propulsores en rociadores de aerosol, dañan la capa de ozono.

También los océanos se ven seriamente afectados, en particular las aguas costeras, que se han convertido en los sumideros donde van a parar la mayor parte de los contaminantes generados por los seres humanos, como por ejemplo los productos químicos, sintéticos y plásticos. Por otro lado, la pesca comercial a gran escala tiende a extraer excesivas cantidades de recursos marinos. Mención especial merecen las islas y sus instalaciones turísticas, que suelen provocar un fuerte impacto ambiental. En cuanto a las aguas dulces y potables, procede indicar que su calidad se ve fuertemente afectada por la contaminación atmosférica, los productos químicos tóxicos y los desechos que se vierten en ellas despreocupada y negligentemente.

Otro factor que contribuye gravemente al deterioro de nuestro entorno natural son los desechos tóxicos, los cuales constituyen un veneno para los ecosistemas, principalmente los residuos de las grandes industrias, como las refinerías de petróleo, los fabricantes de productos químicos y plaguicidas, las minas, los fabricantes de productos sintéticos y de armas y, por supuesto, las centrales nucleares. Los más directamente afectados son las personas que trabajan y viven cerca de estas zonas de riesgo, al experimentar una mayor incidencia de cánceres, desórdenes neurológicos, abortos espontáneos, defectos congénitos y otras afecciones irreversibles. A este respecto, cabe señalar que los países “en desarrollo”, y muchos de los que se consideran “desarrollados”, carecen de leyes de control de los productos tóxicos o son inefectivas, convirtiéndolos en vertederos baratos y fáciles para productos prohibidos en los países más industrializados (Europa envía cada año al tercer mundo 120.000 toneladas de residuos peligrosos como promedio). A ello hay que añadir los enormes montones de basura acumulada, a consecuencia del consumismo descontrolado e insaciable del mundo "desarrollado".

El PNUMA hace observar también que la destrucción, a menudo indiscriminada, de bosques y zonas arboladas, el pastoreo excesivo por una creciente cabaña ganadera y la gestión inadecuada de las tierras agrícolas han conducido a la degradación de grandes extensiones de tierra, en particular, en las zonas tropicales. Si bien las prácticas agrícolas y ganaderas nómadas en ecosistemas tropicales y de subsistencia vienen realizándose desde tiempos inmemoriales, lo que sucede es que en los trópicos la población ha aumentado en mil quinientos millones de habitantes en apenas medio siglo. De este modo, las tierras deterioradas se transforman en desiertos y una de las consecuencias más graves de ello es el déficit alimentario. Un ejemplo del dramatismo a que puede llegar este tipo de situaciones se desencadena en África periódicamente, causando unas hambrunas espantosas. Estas catástrofes y las tierras cada vez más fuertemente erosionadas provocan migraciones humanas que suelen acabar en tugurios y asentamientos precarios en zonas urbanas asimismo asoladas por la pobreza.

Así pues, los más pobres, tanto en las zonas urbanas como en las rurales, son las víctimas más directamente perjudicadas por un medio ambiente degradado. La presión demográfica es otro factor a tener en cuenta en el deterioro del medio ambiente, sobre todo en los países del tercer mundo, dado que dichos países soportan un crecimiento demográfico desmesurado que no hace sino hundirlos más en el subdesarrollo y la pobreza, pues es lo único a repartir. La creciente demanda de alimentos, leña, agua y otros recursos básicos fuerza a los pobres a cultivar, pastorear y talar en exceso, o bien a emigrar a ciudades superpobladas o a tierras en las que encuentran las mismas dificultades, con lo que la situación de los ecosistemas ya frágiles y duramente castigados se va deteriorando más y más. De este modo, van aumentando las áreas propensas, así como el grado de vulnerabilidad, a los accidentes y catástrofes causados tanto por fenómenos naturales como por seres humanos. En efecto, la erosión y la desertificación de los suelos avanza imparablemente por todo el planeta provocando, como se ha dicho, la masiva emigración de las zonas rurales a las urbanas y generando grandes aglomeraciones y tugurios en las periferias de las grandes ciudades. Viven así en condiciones bastante precarias de hacinamiento, falta de higiene, multitud de enfermedades y junto a vertederos de residuos tóxicos, basuras putrefactas y aire contaminado, pues los vertederos de residuos peligrosos y basuras suelen situarse cercanos a núcleos de población empobrecidos y marginales.

El desarrollo sostenible

El concepto de desarrollo sostenible, en el sentido de respetuoso hacia el medio ambiente, resulta difícilmente compatible con las teorías e ideologías mercantilistas, predominantes en la historia moderna de la humanidad y partidarias del crecimiento económico y de la productividad a ultranza, porque estas últimas ignoran y relegan la protección del medio ambiente, en un principio de manera inconsciente, pero en la actualidad de manera plenamente consciente. Las consecuencias de esta visión han sido y siguen siendo funestas: el grado de deterioro actual de los múltiples ecosistemas locales y regionales, así como del ecosistema global planetario, va agravándose paulatinamente hasta el punto de provocar un cambio climático tan acelerado que, en la actualidad, resulta dudoso que la vasta biodiversidad del planeta, incluida nuestra especie, pueda adaptarse satisfactoriamente a este ritmo tan acelerado de cambio y deterioro del entorno natural. El crecimiento económico y de la productividad se ha basado en actividades que agotan los recursos del planeta y contaminan enormemente, creyendo que se dispone de un acceso ilimitado a la naturaleza y sus recursos. Además, está provocando el aumento continuo de la pobreza y la desigualdad económica y social en provecho de élites cada vez más privilegiadas e indolentes.

Tal desarrollo sería sostenible si vinculara las decisiones económicas con el bienestar social y ecológico, es decir, vincular la calidad de vida con la calidad del medio ambiente y, por lo tanto, con la racionalidad económica y el bienestar social. En otras palabras, el desarrollo es sostenible si mejora el nivel y la calidad de la vida humana al tiempo que garantiza y conserva los recursos naturales del planeta. Esto exige, no sólo la integración en la contabilidad económica de los costes ecológicos, es decir, la fijación de precios que reflejen en la medida de lo posible el costo real de reposición y de renovación de los recursos naturales consumidos. Pero esto no significa que “pagar” dé derecho a contaminar, pues de lo que se trata ante todo es de no destruir recursos naturales que no puedan regenerarse. En este sentido, deben instaurarse modos de producción, pautas de consumo y géneros de vida que acaben con el despilfarro actual, principalmente en los países más industrializados. Esto implica que no debe tomarse de la naturaleza más de lo que ésta pueda reponer, a fin de que la explotación de los recursos naturales necesaria para satisfacer las necesidades humanas legítimas sea duradera y con futuro. Dicho principio debe dirigirse en primer lugar a los países más industrializados, pues son los mayores consumidores de recursos naturales y los que emiten mayores cantidades de productos contaminantes: según las Naciones Unidas una persona en el Norte o Centro consume entre 14 y 115 veces más papel, entre 6 y 52 veces más carne, y entre 10 y 35 veces más energía que una persona de un país del Sur o Periferia.

Es necesario un cambio de rumbo en lo que a nuestra relación con la naturaleza se refiere: detener el deterioro de la ecosfera tiene mucho que ver con la disminución de la pobreza y con el logro de un bienestar y de una calidad de vida dignas e, incluso, con nuestra supervivencia como especie y con la de la biodiversidad del planeta. El desarrollo debe encontrar un equilibrio a la hora de atender objetivos estrechamente interrelacionados, como cambiar las pautas de producción y de consumo, reducir la pobreza y moderar el crecimiento económico y de la productividad, de conformidad con los recursos naturales disponibles y con su capacidad de regeneración y de reposición. Todo ello requiere cambios sustanciales a escala planetaria, haciendo especial hincapié en la industria y el comercio internacionales, es decir, entraña cambios en las economías de todos los países, sobre todo de los más industrializados, así como una más intensa cooperación internacional, de manera que la economía no sea un factor ni un argumento para justificar la agresión contra el medio ambiente.

Los gobiernos y las empresas, y principalmente los gobiernos de los estados más ricos e industrializados y las grandes empresas transnacionales, son los primeros responsables del actual deterioro social y medioambiental, y en particular del aumento de la pobreza en que malvive una gran parte de la humanidad, así como de la pérdida continuada de biodiversidad, a causa de los modelos de producción y consumo que nos imponen. Garantizar, ahora y en el futuro, la satisfacción de las necesidades básicas, así como la preservación de un medioambiente sano y saludable del que podamos disfrutar todos y, por consiguiente, el logro de un nivel o calidad de vida y de bienestar dignos para todos requiere otro tipo de políticas.

- Nicolás Angulo Sánchez es autor de El derecho humano al desarrollo frente a la mundialización del mercado, editorial Iepala, Madrid 2005
http://alainet.org/active/21880

CONSERVAR EL SUELO ES SERVIR AL FUTURO

Marcelo Viñas28-01-2008
www.nuestraamerica.info

En sintonía con los ejes económicos, habituales en nuestro tiempo, usados para interpretar casi cualquier cosa de manera excluyente, asistimos todos los meses a una discusión entre el gobierno y las organizaciones del campo sobre los subsidios, las retenciones, y otras yerbas. Los productores sienten que los políticos “meten la mano” en sus bolsillos, mientras que el gobierno se erige como una nueva versión de Robin Hood, tomando de los ricos oligarcas lo que el pueblo “necesita”. Y así bostezamos frente a discusiones que nunca terminan, matizadas por comunicados emanados de asociaciones de pequeños y medianos productores, quienes buscan una distribución más equitativa de la tierra, quizá porque muchos la perdieron o quizá porque sienten que también tienen derecho a participar de la gran torta exportadora de nuestros recursos. Y jugando a estar por encima de todos, pero sumergidos en la misma retórica, están los técnicos y los científicos, nucleados alrededor de un INTA cuyos balances engordan con el aporte económico de solventes empresas privadas nacionales y extranjeras.

Los medios de comunicación especializados en el tema rural no alientan ni siquiera una tímida “pedagogía” agrícola, y los grupos ambientalistas basan sus campañas en presupuestos conceptuales que, por interés o por incapacidad, erróneamente dan por sabidos en la mayoría.

Y en el medio de todo esto esta la mayor parte de la población argentina, como un espectador aburrido que desea que termine esta película para poder entretenerse bailando por un sueño. No sabe nada de agricultura y ganadería, y realmente cree que no necesita saberlo. Para eso están los agrónomos y los veterinarios, y además no vive en el campo, por lo cual los problemas del campo no son sus problemas. Como si esto fuera poco, escuchan tanto de los políticos de turno como de muchos empresarios, que la soja es “bolivariana”.

Entonces comienzo a preocuparme cuando periódicamente leo las notas de los especialistas sobre suelo, desde hace más de 5 años, acerca del balance negativo de nutrientes que produce nuestra agricultura actual.

Toda aquella persona que tiene una maceta en su balcón sabe que en algún momento la tierra de la maceta se agota. Es un hecho, que para que la planta sobreviva, se debe o enriquecer la tierra, o cambiarla, o agregar algún fertilizante, o hacer un poco de todo.

Los campos de cultivo no escapan a esta regla, y las noticias que me preocupan están relacionadas con mucha información que indica que los nutrientes que sustentan nuestros cultivos se están agotando con cada cosecha, y que, por lo tanto, deberíamos estar haciendo algo al respecto.

Por qué es importante esto? Para usar un argumento económico: porque el 50 % de nuestra economía depende de la fertilidad de los suelos. Ni más ni menos. Para usar un argumento humanitario: porque casi todo lo que comemos proviene de esas tierras. Para usar un argumento ecológico: porque si esa “maceta” se agota, no habrá alimento, ni personas, ni economía. Y para ser realista, al ritmo de la agricultura argentina actual, a las personas ya fallecidas por hambre y desnutrición, en pocos años se les van a sumar muchos más.

Pero por qué debería pasar esto, si nuestros agricultores de “punta” son tan “eficientes”?? Porque parece que no lo son. No son agricultores, ni son eficientes. Voy a ensayar una explicación. Excluyendo voluntariamente en este relato las prácticas agrícolas de los pueblos originarios, podemos decir que la agricultura “gringa” argentina proviene principalmente de los colonos extranjeros llegados al país desde fines del siglo 19. Son emblemáticas las colonias santafecinas, como Esperanza, en este sentido. Las corrientes inmigratorias masivas del siglo 20 sumaron una gran cantidad de agricultores a la Argentina. Sus prácticas eran diversificadas, como resultado de conocimientos ancestrales que indicaban que no era conveniente apostar todo a una sola producción. Los contratos de arrendamiento de las primeras décadas de aquel siglo, que permitían a los colonos hacer trigo tres o cuatro años y dejar el campo con pasturas, suman a la historia una complejidad que dejaremos para otros trabajos, pero desembocaron, junto con un saldo exportable creciente del cereal, en un desastre económico a fines de la década de 1930, cuando varias sequías acabaron con sucesivas cosechas. Otra vez, los agricultores diversificaron su actividad como producto de aquel duro aprendizaje. Así, se producían cereales, oleaginosas y ganado, de una manera relativamente equilibrada, y que respondía a la percepción directa que el colono tenía de su suelo.

Posteriormente, aquellos viejos agricultores argentinos mutaron, y ese cambio los transformó en otra cosa. Primero dejaron de llamarse agricultores para autodenominarse productores agropecuarios. Pero las mutaciones no fueron sólo semánticas, implicaron también un cambio en la percepción del producto de su trabajo. En la mutación de agricultores a productores agropecuarios, su primaria visión del contacto con la tierra como esencia de su trabajo en relación a los cultivos, pasó a centrarse primordialmente en los productos de estos cultivos. La aparición de variedades híbridas, de mayor rendimiento, y la oferta de novedosos productos químicos que permitían luchar contra malezas y plagas distrajeron al agricultor de su objeto primario, y lo hicieron centrarse en las nuevas prácticas, que implicaban un aumento en la cantidad de insumos, y que, desde la percepción del productor, le garantizaba la cosecha que le permitiría pagar los insumos y ganar dinero. Ahora el cultivo deja de ser importante en sí mismo, y la balanza se inclina a favor de su condición de medio para obtener un producto, por supuesto comerciable, con la aspiración excluyente de aumentar la cantidad de ese producto al final de la cosecha. Ahora no importa tanto el proceso que se adopte en relación al cultivo, si lo que se hace es una garantía de mayor producción. Esta transición se da principalmente en el marco de, y como producto de, la llamada Revolución Verde. Esta intensificación de los cultivos por encima de las rotaciones, sumado a las prácticas tradicionales, llevó a una gran erosión del campo.

Luego mutaron nuevamente de nombre y de visión. Dejaron de llamarse a sí mismos productores agropecuarios, para adjudicarse un lugar en lo que los economistas llamaron la cadena agroindustrial. Se sintieron parte de algo mayor, y no quisieron quedar relegados al mero papel de productores, por lo cual se autodenominaron agroempresarios. Ahora ya tampoco es tan importante el producto en sí, sino el mercadeo de ese producto. Los agroempresarios están ahora muy preocupados por la bolsa de valores, por la colocación en el mercado, y sus productos y cultivos están diseñados en función de las cotizaciones futuras, las fluctuaciones bursátiles, los vaivenes de la demanda, la apertura de nuevos destinos comerciales. Ahora, entonces, es indispensable aumentar la cantidad de producto comerciable, y es necesario a toda costa la adopción de cualquier medio, incluso aquellos que los abuelos agricultores reprobarían, con tal de aumentar la producción. No cuidan cultivos para obtener alimentos, usan sus cultivos y sus productos para cosechar dinero. Esta nueva mutación va de la mano con la adopción de la llamada segunda Revolución Verde, o revolución Biotecnológica, es decir la adopción de paquetes tecnológicos (siembra directa, semilla transgénica, herbicida) diseñados para producir commodities. En este cambio, la erosión eólica y la hídrica del suelo disminuyó, pero aparecieron decenas de nuevos y graves problemas.

Ahora, volviendo a nuestro ensayo explicativo, podemos decir que la agricultura, la producción prioritaria de alimentos y fibras para consumo humano, se perdió en estas mutaciones en virtud de su función actual de producir bienes comerciables, y por ese motivo los agricultores argentinos ya no son agricultores.

Ahora veamos por qué no son eficientes. Aumentar la producción, es decir la cantidad de producto que obtengo, no tiene nada que ver con la eficiencia, es más, puedo obtener un valor récord de producción siendo menos eficiente de lo que eran los agricultores en la década del ‘50. La eficiencia y la productividad son cosas muy distintas. Los estudios realizados hasta ahora indican que los monocultivos industriales aumentan su productividad a expensas de una entrega muy alta de energía en la forma de combustibles, fertilizantes y agrotóxicos. Cuando se restan estos aportes al producto, la eficiencia total del sistema se reduce bastante, siendo en muchas ocasiones muy inferior a la eficiencia de una chacra clásica con diversidad de producciones y con aportes externos reducidos o nulos.

No centramos nuestro interés en la eficiencia energética de un proceso agropecuario porque estamos demasiado acostumbrados a pensar en términos de la cantidad final de producto, en valores absolutos, y en general sin importar los costos energéticos, y es justamente el costo en relación al producto, lo que da dimensión a la eficiencia. Estas estimaciones son peores aún si no asumimos todos los costos reales que tenemos.

En agricultura, existen dos tendencias principales que rigen las formas de producir, la llamada agricultura de procesos y la llamada agricultura de insumos.

La agricultura de procesos está basada no en la cantidad de producto alcanzado sino en el mantenimiento de los procesos vitales que permiten la continuidad de la producción, sin el agregado de insumos externos. Esta agricultura prioriza la salud del suelo y del ecosistema por encima de la cantidad absoluta de producto obtenido, y en general sus costos están relacionados con las horas hombre incorporadas al proceso.

La agricultura de insumos, por su parte, se basa en la maximización del producto obtenido, y recurre a numerosos insumos, como combustibles, fertilizantes y agrotóxicos, para asegurar ese máximo. Los costos de esta agricultura son usualmente calculados en términos de la energía fósil gastada para obtener un producto.

Los estudios indican que la eficiencia energética por cantidad de producto obtenido es entre 2,5 y 6 veces mayor en la agricultura de procesos que en la agricultura de insumos. Es decir, por la agricultura de procesos, la cantidad absoluta de producto puede ser menor (aunque no necesariamente), pero su costo es mucho menor, siempre en relación a la agricultura de insumos. Concretamente, para obtener una cosecha récord en la agricultura de insumos debo agregar enormes cantidades de sustancias que bajan la eficiencia de la producción. La agricultura de insumos es menos eficiente que la agricultura de procesos, y como aquella es la agricultura de los agronegocios, podemos concluir que los agroempresarios argentinos no son eficientes.

Además hay otros costos no incluidos, que hacen bajar más aún la eficiencia de la agricultura de insumos. Los agricultores, devenidos productores agropecuarios, devenidos agroempresarios, saben muy bien que la agricultura industrial sobre suelos nuevos, puede generar altos rendimientos en los primeros años empleando la reserva de fertilidad del propio suelo, y con un mínimo agregado de insumos externos. Y lo que sucede es lo que me preocupa desde hace varios años, con cada nota sobre fertilidad que aparece publicada. Según los datos disponibles, a nivel nacional se repone en promedio sólo el 30 % de los nutrientes que los cultivos extraen del suelo. Y en ocasiones no se repone nada. Los cultivos que se realizan sobre suelos recién desmontados, aprovechan durante unos cinco años la fertilidad acumulada en ese suelo, sin reponer nada de lo que se saca. Fertilizar en Salta o en Santiago del Estero es sumar un costo más al alto flete del transporte, al costo del desmonte, y a otros factores que hacen disminuir la rentabilidad. Entonces, por motivos económicos, no se respetan los procesos ecológicos subyacentes a la producción. Entonces no se fertiliza el suelo, y se especula con realizar un buen negocio que dure unos 5 años, y después se verá si “cierran los números” de la agroempresa.

En otras palabras, ese 70 % de nutrientes que el suelo entrega a cada cosecha récord, es ni más ni menos, un subsidio agrícola dado, en este caso por el suelo, es decir, el “ambiente”, cuya propiedad no es del dueño de la tierra ni del arrendatario, sino del estado, de todos los ciudadanos. La magnitud de este subsidio asustaría a más de un buen ciudadano preocupado por el país. En el año 2002, los cálculos indicaban que reponer los nutrientes extraídos por la cosecha de soja representaba un costo de u$s 900 millones, frente a una facturación total de u$s 5.000 millones. Este valor de nutrientes no devueltos al suelo fue entonces del 18 % en el año 2002. El ambiente, que es un bien común, otorgó al negocio de la soja un subsidio de casi el 20 % de la facturación. Esto en términos económicos.

En términos ecológicos, la pérdida de nutrientes es una herida que deja secuelas. El suelo es un ecosistema en sí mismo, integrado por miles de organismos que son los encargados de reciclar los nutrientes y la materia orgánica, dejándolos disponibles para el cultivo. Estos procesos ecológicos tienen sus propios tiempos y sus propias eficiencias. Usualmente los procesos de formación de suelo llevan miles de años, y la cobertura vegetal natural, el ecosistema soportado por el suelo, es el resultado de miles de años de evolución y sucesión ecológica. Tengamos en cuenta, que los ecosistemas son arreglos de biodiversidad autorregulados, que se perpetúan en el tiempo con plasticidad, elasticidad y una enorme tolerancia a los disturbios naturales. Cuando no se comprende que el suelo también integra a ese ecosistema, complejo y sometido a múltiples y diversas regulaciones que a veces apenas conocemos, cuando se supone que el suelo es apenas un soporte mecánico para nuestros cultivos, es entonces cuando ingresamos a los agronegocios, alejándonos definitivamente de la agricultura. Cuando eliminamos el ecosistema y sólo nos limitamos a extraer nutrientes del suelo, no sólo hacemos a éste más pobre, sino que además le quitamos aquello que lo mantiene saludable, lo cual agrega una dimensión de largo plazo a la valoración. La salud del suelo, mellada por la pérdida de sus capacidades ecológicas, no es algo que se pueda devolver con fertilizantes sintéticos. En muchos casos su restauración es prácticamente imposible.

Por eso me preocupa que los titulares sobre la reposición en extremo deficiente de nutrientes sean los mismos año tras año. Cada año las heridas del suelo son mayores, su pobreza es mayor, y su daño es mayor. Y con cada cosecha, la posibilidad de reparar esos daños se alejan más y más de la simple incorporación de fertilizantes químicos.

Por otra parte, si ni siquiera desde un punto de vista económico se “respeta” al suelo concibiendo sus pérdidas como un costo que hay que internalizar en virtud de la sustentabilidad de todo el sistema, es muy probable que parezca ingenuo a los empresarios y los dirigentes pretender que exista algún punto de vista ecológico por encima de todo esto que deba llamar la atención y generar decisiones de largo plazo. Ni hablar de proponer salidas orgánicas o agroecológicas.

Volvamos a nuestra ingenua lectura económica, y a todos los entredichos entre los partidarios de los agronegocios y el gobierno. La gente “del campo” se queja de las retenciones, y el gobierno dice que sus ganancias son demasiadas y que necesita esos pesos para cubrir las “necesidades” de la gente. Entonces, con las retenciones, se pagan los planes sociales. Uno podría extrapolar aquel subsidio dado por el suelo a los negocios agrícolas, y pensar que alrededor del 50 % de las retenciones son cubiertas por este subsidio ambiental. Es decir, le cobran al exportador, lo que en definitiva él no tuvo que pagar en fertilización. Es decir, la mitad de la retención era un costo que el agroempresario debió pagar y no lo hizo. En cierto sentido con el 50 % de la retención el agroempresario “devuelve” al gobierno el subsidio dado por el suelo, con lo cual, la retención real sobre su renta es la mitad de lo que se dice. Uno puede estar más o menos de acuerdo con los destinos que el gobierno da a esos fondos, pero lo cierto es que no vuelven al suelo, y cuando pierde el suelo, pierde el estado, todos nosotros. En resumen, el costo ambiental no es asumido ni por los agroempresarios, ni por el gobierno, sino por todos nosotros y nuestros linajes.

Desde el punto de vista del suelo, la pérdida es un daño significativo a su futuro, como ya expresamos. Y no importa si es el gobierno o los agroempresarios quienes se quedan con lo que perdió, lo cierto es que esa pérdida representa una dificultad que se manifestará con mayor o menor gravedad más adelante. La dificultad se traducirá en una baja productividad del suelo, y un deterioro paulatino de su salud, que podría hasta desencadenar procesos de degradación y erosión irreversibles. Y esa pérdida en el suelo se traducirá en terribles procesos de crisis en nuestra sociedad en el futuro. Las heridas que el suelo sufre hoy sangrarán más en la generación de mis hijos. Por eso me preocupa mucho, más cuando veo que el actual modelo agrícola sólo tiende a intensificarse y expandirse.

Y me preocupa además, porque no veo que sea advertido por las diversas dirigencias, todas preocupadas por su pequeño ranchito, con más vocación demagógica que pedagógica, desconectadas de la defensa de los bienes públicos y de los intereses generales de la población, entre los cuales entiendo que debería priorizarse siempre la eficiencia en lugar de los saldos exportables. Más aún en temas que involucran a un modelo agrícola que genera, aparte de los ecológicos, profundos problemas sociales por desarraigo, desocupación, precariedad laboral, contaminación, y otros.

La Federación Agraria Argentina emitió hace poco un proyecto de ley para limitar o prohibir la concentración de tierras en manos de extranjeros, que es muy loable y al cual adhiero en términos generales. Pero me pareció atroz que en ese documento no se contemple seriamente el uso de la tierra, más que por alguna referencia al pasar. Los autores parecen presuponer que el uso minifundista de la tierra garantiza una buena conservación del suelo, y que necesariamente el latifundio lleva a un mal uso, especialmente si el latifundista es extranjero. Hay muchos ejemplos que indican que este presupuesto es erróneo, y que no deberían mezclarse las nociones de tenencia y uso. Por otra parte, priorizar la mirada sobre la tenencia sacrificando la noción de uso, entiendo que es una variante de las mutaciones padecidas por los agricultores de antaño, que derivaron en esas clases dirigentes que deciden sobre el campo pensando no en los alimentos sino en los negocios. Además, la nacionalidad de los titulares del dominio importa bastante poco desde el punto de vista del ecosistema. La mayor parte de los agroempresarios que se enriquecen a expensas del suelo argentino son argentinos.

La reforma agraria es uno de los principales caminos que tenemos que recorrer, pero siempre y cuando tengamos presente el uso del suelo, ya que desconociendo este factor, el futuro del suelo podría ser el mismo y sólo cambiarían los verdugos. Es más, una ley de uso del suelo debería ser previa y de mayor nivel de abstracción que una ley de tenencia, ya que partiendo de antecedentes tomados del estudio de la eficiencia de los cultivos, con datos experimentales sobre las unidades mínimas y máximas de producción, tendríamos un marco conceptual de base ecológica o sistémica más racional para definir un sistema de tenencia.

Por parte del sector de la agroindustria, los agronegocios, las cadenas agroindustriales y todos los eufemismos que quiera inventar esta clase para referirse a su objetivo único y primordial de ganar cada vez más dinero, no podemos esperar demasiado. En cuanto los números no cierren se dedicarán a otra cosa, pero mientras tanto, seguirán insistiendo en que son ecológicos, sustentables, socialmente responsables, eficientes, competitivos, y bolivarianos, mientras tratan de ingresar al prometedor y suculento negocio de los “biocombustibles”, a expensas de exprimir al máximo posible los ecosistemas hasta destruirlos completamente,… con todos nosotros adentro. No podemos esperar de ellos otra moral que la que dictan sus cuentas bancarias, sus apetencias de poder y su visión perversa del crecimiento.

Qué decir del grueso de las autoridades, esa mezcla rara de vanidades enfermizas y egoístas, con sus pequeñas camándulas de fieles y aduladores, negociando casi siempre con la necesidad, llenando sus bocas con palabras gastadas y huecas, tapando sus escándalos y negociados con pautas publicitarias y actos demagógicos. No hay mucho por decir que no sepamos, salvo el “manotazo de ahogado” de pedirles, rogarles, suplicarles, que entre elección y elección dejen de ausentar al Estado del proceso.

También hay que considerar a los medios de comunicación, la principal herramienta de alienación que tienen los poderosos. Los medios han llegado al punto de no tener que hacer grandes esfuerzos creativos en su intento de idiotizar a las personas, vanalizar los temas, vender mentiras o distraer en la forma de investigaciones periodísticas, y otras intrigas. En el contexto de los grandes medios argentinos, las noticias importan en tanto generan, mantienen o amplifican las audiencias, lo cual se traduce en ganancias económicas. Por supuesto que entre las páginas invadidas por publicidades de los agronegocios, siempre se filtran algunas “notas de color”, como aquellas que informan sobre la baja reposición de nutrientes de nuestros suelos en el marco de la agricultura actual.

Después están los sectores de izquierda preocupados históricamente por temas urbanos, para los cuales el campo, el suelo, los ecosistemas, parecen no entrar en su ecuación industrial, obrera y proletaria. Aunque sí promueven el desarrollo, para lo cual no reniegan demasiado del crecimiento económico subsidiado por el ambiente. Pero no veo que adviertan que sin ambiente no habrá desarrollo, que sin ambiente no se mueven las fábricas, que sin ambiente los derechos humanos retrocederán al punto en que la aspiración máxima de dignidad pasará por obtener una ración de comida. Están muy preocupados por el agua que hipotéticamente se quiere robar el imperialismo dentro de dos décadas, una visión que esconde su increíble incapacidad de ver o de cuestionar todo lo que se están robando ahora los patriotas agroempresarios argentinos, con cada cosecha de soja, nutrientes que se van a expensas de la capacidad futura de producir alimentos. Me preocupa que gente valiente y comprometida haya sido incapaz de incorporar la noción de “entorno”, de pertenencia a un ecosistema, en sus visiones del mundo.

Estamos severamente disociados de nuestro entorno natural. Actuamos como si no dependiéramos de los ecosistemas para las cosas más básicas de la vida cotidiana, y nuestra noción de medio ambiente rara vez supera los mensajes emanados de conflictos generados por el tratamiento de la basura, o por casos de contaminación. Pero estos conflictos se desatan cuando el desastre está en sus etapas finales. Recién cuando nos entra por la nariz nos demos cuenta de que algo se está pudriendo. Pensamos en las pasteras uruguayas, pero no pensamos en las miles de hectáreas que tuvieron que ser previamente forestadas con monocultivos de pinos para abastecer la pastera. Es más, para muchas personas, los miles de pinos parecen un bosque, ordenado y limpio, aunque sean tan desiertos a los fines de la biodiversidad y tan perjudiciales para el suelo, como lo es un cultivo de soja. El impacto de las forestaciones es mucho mayor que el de las pasteras, pero no lo percibimos, porque vivimos en ciudades lejos del campo y del olor de la tierra, gastando cada día más papel barato. Y apenas pensamos en las pasteras argentinas…, o en los crecientes cultivos forestales argentinos que demandarán más pasteras argentinas.

Por eso me preocupa que la pérdida de fertilidad de los suelos sea una recurrente noticia más en un tsunami de informaciones vacías. Y estoy seguro que algunos agricultores genuinos, de los que todavía quedan, sienten dolor al conocer esa noticia. En el fondo me preocupa percibir que estamos perdiendo la fertilidad en nuestras mentes, mientras cultivamos unas pocas monoideas, subsidiadas por insumos mediáticos contaminantes, en un entorno urbano cada vez más ruidoso pero menos diverso.
Marcelo Viñas es Biólogo, documentalista, autor de “Hambre de Soja” y “Siembra letal”.
Publicado en Nuestra América www.nuestraamerica.info

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=62364
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